Boca llena... boca cerrada

Hablábamos de humanidad –tres bebés, nueve mujeres y un varón- naufragada en el mar frente a Motril.
Mi hermana pobre de santa Clara intuyó que mis palabras denunciaban la ausencia de un clamor que retumbase poderoso en las conciencias y diese voz a los muertos para reclamar justicia.

Pero ese clamor –me dijo- no será posible.

Mi hermana pobre de santa Clara lo expresó así:
Il nostro Occidente opulento continua ad avere la bocca chiusa per il troppo che ha…”.

Traducido con libertad, esto era lo que me decía:
Nuestro Occidente opulento mantiene la boca cerrada porque la tiene demasiado llena.

Julio de 2010.

Un grito silenciado

En la noche de Tánger irrumpió un sonido sordo y poderoso, prolongado apenas durante el tiempo de una expiración: Andrés Iniesta había marcado un gol a la historia del fútbol y ganaba una estrella para la camiseta de la selección nacional. Aquel sonido opaco, como de terremoto, liberó en la fugacidad de un respiro la tensión producida y acumulada en ese choque de pasiones que es siempre una gran final de un campeonato de futbol. Era el día 11 de julio de 2010.

En el mapa Everest de carreteras de España y Portugal, aquella zona bañada por el Mediterráneo aparece señalada como “Costa tropical”. En medio de ella, Motril. Frente a ella, el 10 de julio de 2010, murieron ahogados tres bebés, nueve mujeres y un varón adulto. Me dicen que las madres de aquellos bebés murieron por intentar “mantener con vida a sus hijos”.

Este encuentro del África negra con la frontera sur de Europa no tuvo espectadores, sólo actores; en aquel estadio no se celebraba una gran final, sólo llegaba a su término la aventura de un equipo –tres bebés, nueve mujeres, un varón- derrotado por la muerte en un campo de sueños. Su grito, silenciado y sepultado por el mar de la “Costa tropical”, lo apagan cínicamente en la conciencia de la sociedad quienes negocian y se enriquecen con la sangre de los pobres.

P. S.:

 “Detrás de esos muertos, a los que se dice “sin papeles”, hay nombres, apellidos, familia, dolor, pobreza, violaciones de derechos humanos, sonrisas y esperanza. Detrás de las nueve mujeres muertas está la sombra de la trata con fines de explotación sexual, futuro casi seguro para las supervivientes” (De Helena Maleno).

Por si alguien aún no lo supiese, y por si alguien pudiese evitarlo, en este partido sin gloria también se muere sobreviviendo.

Julio de 2010.


Sólo leprosos

A Juan Masiá, sj

Querido hermano Juan: Paz y Bien.

Ésta no es una respuesta a la carta abierta que usted me dirige a través de Religión Digital. Este escrito pretende ser un acuse agradecido de recibo, una confesión añadida a la que hice al hablar de la “Iglesia iluminada por la luz de Cristo”, y una divagación sobre la relación de Francisco de Asís con la Iglesia.

Agradezco su carta, no fuese más que por la ocasión que me ofrece de volver los ojos a la Iglesia que amamos y tratar de acercarla, desde la verdad, al corazón de la gente.

La confesión añadida tiene que ver con mi modo de estar en la Iglesia. Durante muchos años, en los que, con ilusión juvenil, me esforcé por alcanzar las metas de perfección que mis formadores me habían señalado, me juzgaba a mí mismo con la severidad moral de una conciencia intransigente –eso creía yo- y, de paso, con mayor severidad si cabe, miraba y juzgaba a los demás. Como si a un tiempo fuese espectador y juez de mi vida y de las vidas de mis hermanos. Hasta que un día dejé de ser espectador para empezar a ser actor; dejé de ser el juez de lo que otros –yo y los demás- vivían, para ser un hombre que vivía misterios asombrosos. Todo aconteció en una misa, en una de esas misas que siempre había celebrado con devoción y que era para mí motivo de orgullo. Aquel día dejé de sentir orgullo para sentir agradecimiento. Aquel día, en aquella misa, algo me dijo al corazón que el leproso del que hablaba el evangelio, ese leproso que Jesús tocaba y limpiaba, era yo. Desde entonces, hermano Juan, no cambió sólo mi modo de verme, sino también, yo diría sobre todo, cambió mi modo de ver a los demás. Ya no quedan leprosos que yo pueda despreciar, y, si alguna vez en este campo me engañase el enemigo, que puede siempre hacerlo, recuérdeme, hermano Juan, que el Señor me ha curado cargando él con mi lepra. Desde aquel día, la Iglesia es para mí una comunidad de leprosos curados, de pobres que han sido escandalosamente amados, y que han de hacer su camino interior hasta descubrirlo, gozarlo y agradecerlo conforme a la propia pobreza y a la gracia de Dios en nosotros. Esto hace que el evangelio sea para el creyente una fuente perenne de luz y oscuridad. He enterrado con lágrimas del cuerpo y del alma a víctimas del terrorismo y me he guardado en el corazón a los verdugos para llevarlos cada día junto al Señor. He acogido y cuidado a víctimas de pederastia, he visto el terror en sus ojos, y conozco de cerca la alegría de la infancia recuperada, pero no sería capaz de dejar fuera de la caridad a los miserables que las han aterrorizado. Conozco la cárcel, y puedo asegurarle, hermano Juan, que en pocos lugares he sentido a Jesús tan en su casa como entre los presos –puede que sea sólo una ilusión mía, pero algo me dice que no lo es-. Yo no me siento en comunión con una idea de Iglesia, sino con una Iglesia concreta, de carne y hueso, de leprosos curados, de leprosos que algún día serán curados, de leprosos que no saben que lo son, de leprosos que no saben que ya han sido curados. Sólo leprosos, para que nadie pueda gloriarse de sí mismo, sino sólo del Señor.

Le debo todavía, hermano Juan, la divagación. Estará hecha de retales del hábito de Francisco de Asís:

De la Carta a los fieles: “Debemos asimismo visitar con frecuencia las iglesias y venerar y reverenciar a los clérigos, no tanto por ellos mismos, en el caso de que sean pecadores, cuanto por su oficio y por la administración del santísimo cuerpo y sangre de Cristo, que ellos sacrifican sobre el altar y reciben y administran a los demás”.

De la Admonición:  “Y si alguna vez el súbdito ve que algo es mejor y de más provecho para su alma que lo que le manda el prelado, sacrifique voluntariamente lo suyo a Dios, y esfuércese en poner por obra lo que le manda el prelado… Pero si el prelado le manda algo que va contra su alma, aunque no le obedezca, no por eso lo abandone. Y si por ello ha de sufrir persecución por parte de algunos, ámelos más por Dios”.

De la Admonición 26ª: “Dichoso el siervo que tiene fe en los clérigos que viven rectamente según la forma de la Iglesia Romana. Y, ¡ay de aquellos que los desprecian!, pues, aun cuando sean pecadores, nadie debe juzgarlos, porque el Señor mismo se reserva para sí solo su juicio”.

De la Regla no Bulada XVII: “Ningún hermano predique contra la forma y las disposiciones de la santa Iglesia y sin que se lo haya concedido su ministro. Y el ministro guárdese de concederlo a alguno sin discernimiento”.

De la Regla no Bulada XIX: “Todos los hermanos sean católicos, vivan y hablen católicamente. Pero, si alguno se apartara, de palabra o con las obras, de la fe y vida católicas, y no se enmendara, sea expulsado terminantemente de nuestra Fraternidad”.

De la Regla Bulada I: “El hermano Francisco promete obediencia y reverencia al señor papa Honorio y a sus sucesores canónicamente elegidos y a la Iglesia Romana. Y los demás hermanos están obligados a obedecer al hermano Francisco y a sus sucesores”.

De la Regla Bulada II: “Los que quieren abrazar esta vida y cómo deben ser recibidos… Los ministros examínenlos diligentemente de la fe católica y los sacramentos de la Iglesia. Y si creen en todo ello, y quieren profesarlo fielmente, y observarlo firmemente hasta el fin… díganles las palabras del santo Evangelio: que vayan y vendan todas sus cosas y se esfuercen por distribuirlas entre los pobres. Y, si no pudieran hacerlo, les basta la buena voluntad”.

De la Regla Bulada XII: “Además, impongo a los ministros, por obediencia, que pidan al señor papa un cardenal de la santa Iglesia Romana que sea gobernador, protector y corrector de esta Fraternidad; para que, siempre sometidos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, firmes en la fe católica, observemos la pobreza y la humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo que firmemente prometimos”.

Ya sólo me queda citar el que figura entre los escritos del hermano Francisco como Testamento de Siena: “Escribe cómo bendigo a todos mis hermanos, a los que están en la Religión en el presente y a los que vendrán a ella hasta el fin del mundo… Como a causa de la debilidad y el dolor de la enfermedad, no me encuentro con fuerzas para hablar, declaro brevemente mi voluntad a mis hermanos en estas tres palabras: que en señal del recuerdo de mi bendición y de mi testamento, se amen siempre mutuamente; que amen siempre a nuestra señora la santa pobreza y la observen; y que vivan siempre fieles y sujetos a los prelados y a todos los clérigos de la santa madre Iglesia”.

Querido Juan, yo he profesado esto, he intentado vivirlo, seguramente que he pecado mucho contra ello. En todo caso, me darás una gran alegría siempre que me recuerdes lo que te debo. Porque esa fidelidad y sumisión te las debo también a ti.

Un abrazo de tu hermano menor.

Julio de 2010.

Concordes en desacuerdo


(Carta abierta que me dirigió Juan Masiá a través de Religión Digital)

Estimado señor Obispo y querido hermano don Santiago: He leído su comentario en Religión Digital con apuro, con gusto y con ganas de conversar con usted sobre lo que le hiere y duele. Primero, con apuro, porque menciona mi ligera opinión ensayística junto a las de dos personas de la altura y peso de Alegría y Glez. Faus. Non sum dignus, ¡por favor! Segundo, con gusto, porque me consta de prelados que piensan lo mismo que usted, pero no tienen agallas para decirlo directamente y se limitan a tirar la piedra y esconder la mano, recomendando a los superiores religiosos del presunto enfant terrible su silenciamiento. Y tercero, con ganas de conversar con usted sobre lo que dice que le hiere y duele, con el deseo de aliviar su pesadumbre.

Concuerdo con usted, don Santiago, en ver la iglesia, como usted bien dice, como "la comunidad con la que celebro cada domingo a Cristo resucitado". Concuerdo con usted en que al decir "la iglesia" (como sujeto de la frase), para atribuirle el miedo al mundo, se hace una generalización indebida (tanto lingüística como teológicamente). Concuerdo con usted y admito que sería preferible reformular así: En vez de decir "la iglesia tiene miedo...", digamos: "En la iglesia hay mucho miedo, en algunos sectores de la iglesia española hay mucho miedo, en algunas instancias jerárquicas de la iglesia hay mucho miedo, en la cúpula de la CEE tienen diarrea de miedo etc..."

Estoy en desacuerdo con su desacuerdo con los juicios de Alegría y Faus, porque no me parecen juicios históricamente muy acertados. ¡Cuánto hizo sufrir la jerarquía eclesiástica de su tiempo a san Francisco de Asís y cuánto tardó en reconocerlo! Basta leer la historia de la Iglesia para reconocer que, como decía Pablo VI, necesita estar siendo siempre reformándose, semper reformanda!.

Concordes, pues, en desacuerdo, hermano Santiago, pero sin discordia. Concordes, porque tenemos un mismo corazón: la fe en Jesús (eso es lo que nos une, y no las diversas teologías). No disentimos de la iglesia como quienes están fuera de ella, sino sintiéndonos Iglesia y sintiendo con la iglesia, por amor y fidelidad a ella, disentimos de sus contradicciones internas, que nos hieren y duelen.

Por ejemplo, hiere y duele que un cardenal amenace a una editorial católica con quitarle el título por publicar un libro tan meritorio como el Jesús de Pagola. Hiere y duele que un obispo amenace a un superior religioso para que destierre a un teólogo experto y religioso tan fiel como Arregui. Hiere y duele que cierto obispo pronuncie solemnemente afirmaciones discriminatorias contra personas por su orientación sexual.

Hiere y duele que se margine a la mujer en nuestra iglesia, tanto a las religiosas como a las seglares. Hiere y duele la situación anómala de algunos sectores, e incluso de instancias jerárquicas de la iglesia en el estado español, que sistemáticamente promueven la involución y marcha atrás de la renovación del Concilio Vaticano II y se alían con los grupos de extrema derecha política, económica y religiosa, añorando los días del nacionalcatolicismo.

Dicho sea todo esto sin la más mínima discordia, con-cordando como concordamos, a pesar de los des-acuerdos (que se deben a que todos y todas desafinamos un poco y los acordes no armonizan).

Agradeciéndole por decir lo que piensa sin tapujos, deseándole que lo siga diciendo de esa manera (en vez por la espalda como hacen algunos "mayordomos de Curia") y reafirmándome en comunión con usted in sinu matris Ecclesiae, y orando juntos por la unidad y la renovación de la Iglesia, un fraternal abrazo.

Juan Masiá SJ

Julio de 2010.

Iglesia iluminada por la luz de Cristo

Lo dijo mi admirado José Ignacio González Faus: “La Iglesia nombra hoy a sus obispos en contra del evangelio”.
Por su parte, Juan Masiá, también jesuita, declaró en una entrevista: “La Iglesia tiene miedo a la mujer, a la ciencia, a los periodistas, a la modernidad, a la sexualidad”.

Y a José María Díaz Alegría, ya jesuita, hombre que quiso ser de Dios y de los pobres, un amigo suyo le atribuye las inequívocas palabras de este juicio: “Pienso que la Iglesia católica en su conjunto ha traicionado a Jesús. Esta Iglesia no es lo que Jesús quiso sino lo que han querido a lo largo de la historia los poderosos del mundo”.

No seré yo quien contradiga ni a quienes admiro ni a quienes apenas conozco. Sus razones tendrán para pensar lo que piensan y decir lo que dicen, y a ellos toca asumir la responsabilidad de los juicios que pronuncian.

He de decirles, sin embargo, como quien confiesa una debilidad, que sus juicios sobre la Iglesia me hieren y me duelen, pues cada vez que ellos dicen Iglesia y la envuelven en los paños del miedo al mundo y de la traición a Jesús y al evangelio, yo veo la comunidad humilde que me acogió para bautizarme, la que me acompañó el día de la unción con el Espíritu, la que me preparó para la comunión eucarística, la que hizo una fiesta de cantos, luces y flores el día de mi ordenación sacerdotal, la comunidad con la que tantas veces he orado por hermanos que nos habían dejado, la comunidad con la que celebro cada domingo a Cristo resucitado. Cada vez que alguien dice Iglesia, yo veo un sacramento que significa y realiza la unión íntima con Dios y la unidad de todo el género humano. Cada vez que alguien dice Iglesia, yo veo el pueblo que ha sido unido «por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».

En la Iglesia que conozco, asamblea de hombres y mujeres que Dios ha llamado, no veo “a muchos intelectuales, ni a muchos poderosos, ni a muchos de buena fama; todo lo contrario: lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios; y lo débil del mundo se lo escogió Dios para humillar a lo fuerte; y lo plebeyo del mundo, lo despreciado, se lo escogió Dios: lo que no existe, para anular a lo que existe, de modo que ningún mortal pueda engallarse ante Dios”. No sé si esta Iglesia a la que pertenezco es una comunidad de cobardes y traidores; sólo sé que existe porque Dios la ama, y que Cristo, no otros redentores, es para ella sabiduría, honradez, consagración y liberación.

Decididamente, vuestros juicios sobre la Iglesia me hieren y me duelen, pues, aunque su rostro se vea desfigurado por pecados míos y vuestros, sobre ese rostro resplandece siempre la luz de Cristo que lo ilumina con su justicia y su santidad.

Julio de 2010.



Substantivos y adjetivos

El G20 se ha reunido en Toronto. Puede que tuviese razón quien dijo que allí se habían reunido “los grandes de la tierra”, pues esos veinte del grupo representan ellos solos el 85% de la economía mundial.

Según se nos dice, esos veinte habrían avanzado “en una respuesta coordinada a la peor crisis económica mundial de nuestro tiempo”; y, en el comunicado final del encuentro, se puede leer que, de cara al futuro, “la principal prioridad del G20 es salvaguardar y fortalecer la recuperación y establecer bases para un crecimiento sólido, sostenible y balanceado y fortalecer nuestros sistemas financieros contra el riesgo”.

Uno se queda con la impresión, puede que equivocada, de que los grandes de la tierra se han reunido, no porque el hambre devora desde hace una eternidad a millones de pequeños, sino porque una crisis agresiva amenaza desde hace un tiempo los pilares de su grandeza.

En las inquietudes de los grandes, lo substantivo no son los pequeños sino la recuperación, no son los pobres sino el sistema, no es el hombre sino la economía, no es la persona sino el beneficio.

Así se entiende que la prioridad principal que se ha marcado el G20 no sea la de poner pan en la mesa de los hambrientos, sino la de salvaguardar y fortalecer la recuperación de la economía y establecer bases sólidas para su desarrollo.

Mientras lo substantivo sea el crecimiento, los adjetivos para calificarlo serán sólido, sostenible y balanceado. Si lo substantivo fuese el hombre, adjetivos indispensables para calificar cualquier proyecto de futuro serían equitativo, justo y solidario.

El día en que, cambiadas inquietudes y prioridades de los grandes, cambien también substantivos y adjetivos de su discurso, puede que en los comunicados de sus encuentros aparezca por fin algún mensaje que merezca la pena reseñar como buena noticia para los pequeños de la tierra.

Junio de 2010.






Una vida, una fe, una comunión

En su seno nacimos para Cristo por el bautismo. En ella recibimos la unción del Espíritu Santo. Con sus hijos subimos hasta el altar de Dios, para ofrecernos con Cristo y ser transformados en él.

Comunidad de fe, esperanza y amor, comunidad espiritual llena de bienes del cielo, la Iglesia es al mismo tiempo comunidad humana, terrena, visible, concreta, asamblea a la que han sido convocados por gracia lo necio del mundo, lo débil del mundo, lo plebeyo del mundo. Ésta es la Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica.

Lo que la Iglesia es para Cristo Jesús, eso deseo que sea también para mí. Él “la amó y se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra; y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada”.

Lo que Jesús pidió para su Iglesia, para esta humanidad pobre que el Padre le confió, eso mismo pediré que a todos se nos conceda: “Padre, ha llegado la hora… Yo te ruego… por los que me has confiado, porque son tuyos… Ya no estaré más en el mundo. Mientras ellos se quedan en el mundo, yo voy a reunirme contigo. Padre santo, protege tú mismo a los que me has confiado, para que sean uno como lo somos nosotros”.

Arranca de mis labios, Señor, el reproche a la Esposa que amas, arranca el reproche y aviva el fuego de un amor que la hermosee aún más a tus ojos. Recibe, Señor, mi vida en tu Iglesia; guárdame en la fe que he recibido de esta Madre; y que tu Espíritu congregue en la unidad a cuantos en la Iglesia participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo.

Junio de 2010.

Evangelio, escándalos y pederastas

Podemos acudir al evangelio para poner bajo la luz de la fe los crímenes de pederastia. Pero no es aceptable que deformemos los dichos de Jesús para atribuirle pensamientos nuestros, por muy razonables que éstos puedan parecernos.

1.- El Señor dijo: “Y al que escandalice a uno de esos pequeños que creen en mí sería mejor para él que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar”.

2.- Puede que alguien haya visto en estas palabras de Jesús una maldición arrojada contra una determinada categoría de personas. Pero no lo son. Jesús amonesta, avisa, advierte, apercibe, que son otras tantas maneras de decir que ama. Eso sí, la seriedad de la admonición para prevenir el mal causado por el escándalo se puede establecer por la seriedad de la alternativa que se propone con tal de evitarlo.

3.- La admonición del Maestro sobre el escándalo no tiene como destinatario al monstruo de turno, en el caso, al odioso pederasta. Jesús advierte a todos, también a mí. En realidad, Jesús advierte, no tanto al que ya ha escandalizado a los débiles en la fe, sino al discípulo que siempre puede hacerlo.

4.- En los escritos del Nuevo Testamento, el verbo ‘escandalizar’ significa “dar a alguien el empujón que conduce a la pérdida de la salvación”. Este verbo no describe miedos de beata, sino responsabilidades de adulto. ‘Escandalizar’ significa “causar en los pequeños la apostasía de la fe, o en los más débiles el rechazo de la fe”. Es cierto que ese escándalo pueden provocarlo también quienes utilizan a los niños como material de boutique erótica; pero es igualmente cierto que apostasía y rechazo de la fe podemos causarlos muchos de los que alegremente aplicamos sólo a otros las palabras de Jesús.

5.- Para hablar de los que escandalizan, podía referirme a explotadores de pobres, a fabricantes de muertos, a repartidores de hambre, a mercaderes de drogas, de sexo o de armas; podía referirme a políticos, a periodistas, a jueces, a maestros, a padres que han renunciado, cada uno en su ámbito, a las propias responsabilidades. Me bastará, sin embargo, con referirme a mí mismo, pues yo puedo apartar de la fe a los pequeños que creen, y puedo cerrar el camino de la fe a los que están llamados a creer. Puedo escandalizar con hechos y palabras, y puedo engañarme a mí mismo pensando que no habré de dar cuenta ni de mis obras ni de mis hermanos al Señor. No quiero referirme a nadie más que a mí, aunque tampoco dejaré de amonestar a los demás, con la esperanza de que cada quien se examine a sí mismo.

6.- Por último he de recordar que Cristo murió por los pecadores, también por los pederastas.

El amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, es amor que a todos se ofrece y que a todos pide alcanzar, también a los pederastas.

Y esta afirmación no pertenece a la exégesis sutil de la Escritura, sino al corazón mismo del evangelio.

Sólo el amor tiene la llave para salvar al hombre y cerrar el infierno.

Junio de 2010.

Cristo resucitó... y el mundo se me llenó de hermanos

La muerte nos agobia, y la soledad se nos ha pegado como una piel a la piel. Ésta es la noche del hombre, intuida por el sentido y experimentada por el corazón mucho antes de que fuese formulada por el discurso: ¡Estamos solos!

La soledad es un gusano que devora nuestra dicha, mientras teje la seda que nos envuelve en un presente sin futuro.

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro, al amanecer, cuando aún estaba oscuro”.
A María Magdalena, en su noche, le quedaba aún la memoria de un pasado reciente, hecho de ternura y de esperanza. Por eso va al sepulcro, se refugia en su mundo de recuerdos, aun sabiendo que no son otra cosa que recuerdos enterrados.

Al hombre de nuestra sociedad se lo han arrebatado todo, incluso los recuerdos. Así es que en su noche ya sólo le queda huir de su vacío consumiendo de forma compulsiva sucedáneos de la dicha.

Esta soledad de muerte la reflejó con palabras pagadas y precisas aquella propaganda del hombre sin mañana: “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte. Disfruta la vida”. ¡Estás solo!

Pese a lecturas y a fe, yo no sabría describir la realidad que se encierra detrás de la palabra resurrección cuando la digo de Jesús de Nazaret; no sabría decir lo que sucedió aquella noche en el secreto de aquella sepultura; sólo he aprendido a confesar que a Jesús Nazareno “Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte”. Pero hay algo que me parece inseparable de la experiencia cristiana de la resurrección, y es sentir tu nombre pronunciado por otro, a tu lado, tan cerca que percibes el aliento y el amor de quien te llama.

¡Resurrección! Alguien ha pronunciado tu nombre: _ “¡María!”. Y tú has reconocido a quien te habla, y le has pedido a tu historia una palabra para nombrarlo: _ “¡Rabboni!”.

Antes de que él empezase a existir resucitado para ti, supiste que habías existido siempre para él.

Ahora ya no necesitas huir; ahora tu tiempo te hace falta para vivir.

La resurrección –tu nombre pronunciado junto a ti por el que te ama- ha llenado tu casa de nombres amados: clandestinos, prostitutas, niños de la calle, cristos escarnecidos, cristos humillados, cristos crucificados, cristos rotos, cristos enfermos...

Cristo resucitado pronunció tu nombre, y el mundo se te llenó de hermanos.

Abril de 2010.


Por una vida

Los datos son inanimados y fríos: en España se practican más de cien mil abortos al año. Los indicios apuntan a que estamos ante una realidad socialmente aceptada, tan normal como la muerte de millones de personas por hambre en un mundo en el que otros millones de personas se someten a dieta para adelgazar; tan normal como la degradación de la tierra por sobreexplotación de sus recursos; tan normal como lo fue Auschwitz para quienes organizaron aquella fábrica de muertos con última tecnología.

Pero un día saldrán a la luz los residuos desechados de nuestros abortos, y alguien recordará que no fueron cien mil, que fueron millones los seres humanos a los que, legítimamente, democráticamente, libremente, se les cortó la trama de la vida.

Más inquietante incluso que la muerte que provocamos, parecerá entonces la indiferencia atroz con que la ignoramos. Alguien se preguntará: ¿Cómo ha sido posible esa danza con la nada y ese oscurecimiento de la conciencia?

En realidad, todo ello, más que un evento triste, siempre posible, es el efecto previsible y necesario de un proceso de deshumanización que la sociedad ha vivido como una experiencia de progreso. En ese camino hemos perdido la esperanza, nos hemos acomodado a un presente sin futuro, hemos renunciado a buscar la verdad, el otro –el sin trabajo, el hambriento, el clandestino, el niño de la calle, la mujer esclava, también el embrión, también el feto- ese otro, o no existe para mí, o es un rival que pone en peligro mi derecho a la felicidad –mi derecho a producir y consumir, a consumir cosas y placeres, a consumir siempre-. Las víctimas de mi egoísmo no son humanas: son sólo material, aprovechable o desechable.

En este contexto moral, aquietada la conciencia, nublada la mente, embellecida la injusticia, todos podemos brindar por la muerte como se brindaría entre seres humanos por haber arrebatado a la muerte una vida.

Abril de 2010.



´ Adesiones inquebrantables ´

Somos dueños de palabras y silencios. Supongo que lo somos también de nuestras adhesiones. Pero cuando expresamos ‘adhesiones inquebrantables’, nuestras palabras adquieren el sonido hueco de una moneda de madera y tienen la consistencia efímera del papel mojado.

Los cristianos guardamos en la memoria una impetuosa y simpática ‘adhesión inquebrantable’, no por auténtica menos hueca e inconsistente que las fingidas: “Aunque todos fallen por causa tuya, yo jamás fallaré”. El bueno de Pedro, llegada la hora de la verdad, falló como todos, y lloró más que todos, pues a todos había aventajado a la hora de adherirse y presumir.

Las lágrimas del apóstol enseñan que ciertas adhesiones, pueden no ser fingidas, pero resultan fácilmente falaces.

Basta un poco de amor a la verdad para saber que, aun en la adhesión más deseada, la de la propia voluntad a la voluntad de Dios, no somos otra cosa que pobres quebrantadores de lo que más sinceramente y más apasionadamente queremos y buscamos.

No se puede, sin renunciar a vida y libertad, firmar adhesiones ‘inquebrantables’ a ideas, a partidos, a proyectos. Ten por cierto que las quebrantará el miedo, la envidia, la codicia, la ambición, y debiera poder quebrantarlas siempre la racionalidad, la solidaridad, la generosidad, el amor a la verdad.

Las adhesiones verdaderas son todas ellas adhesiones buscadas, amadas, trabajadas, sufridas, y mil veces quebrantadas. Así se adhieren padres a hijos, el esposo a la esposa, el hermano al hermano, el amigo al amigo, mi corazón de creyente a Cristo el Señor, al pobre en el que Cristo vive, a la verdad que Cristo es.

Y las otras, las adhesiones fingidas, por muy inquebrantables que las profeses, no pasarán de ser adhesiones interesadas.

Abril de 2010.


¿ No ven que hay un nido ocupado ?

Mi hija Yolanda es de izquierdas, y lo es desde que también ella, como las ‘pegas’ del relato, estaba en el nido.

De cuando en cuando, mi hija le quita tiempo al tiempo y acerca a mi existencia un pedazo de la suya.

Nos une desde hace mucho tiempo la búsqueda de la verdad y el amor a las cosas pequeñas de la vida.

Mi hija Yolanda me envió este mensaje en un atardecer de marzo:

Buenas tardes, Monseñor.

Siento mucho lo del Padre Peteiro, sé cuánto lo quería Vd.… Siempre es triste saber que alguien a quien quieres ya no está, pero también, dicen, que en esos momentos hay que pensar en la dicha que hemos tenido de vivir momentos de nuestra vida al lado de esa persona y haber disfrutado de su compañía. A mí me parece que puede ayudar en momentos de dolor…
Una pequeña historia ¿recuerda el nido de las urracas (me gusta mucho más la palabra «pegas», más rotunda, más sonora, más instintiva, más de la Naturaleza) que hay frente a la ventana de mi dormitorio? Pues un día llega un vecino con un escrito pidiendo mi firma para que talasen esos árboles, y plantar otros de adorno, porque las hojas y los pájaros ensuciaban las aceras y quitaban la luz...Para mí es ése un rincón de vida que contemplo todos los días, me gusta ver cómo se turnan en el nido, como trabajan retocándolo, cuántas cosas de colores traen: cintas, tapones, trocitos de plástico, ramitas, hojas, mil cosas que colocan cuidadosamente, ayudándose, a veces, entre las dos, una por dentro y otra por fuera, agitando las alas y saltando de ramita en ramita incesantemente, manteniendo un equilibrio sólo comparable al Circo del Sol. ¡Y quitan la luz! A mí me dan la luz, me ayudan a vivir, a reconciliarme con el mundo. Así que, tratando de no ofenderlo, le dije: mira, yo soy de aldea; para mí las hojas y las pegas no manchan, prefiero mil veces antes esa visión que la pared pintada y las ventanas de aluminio de la casa de enfrente. Lo siento, pero yo no firmo. Se fue no entendiendo mi postura y con cara de pocos amigos; para mí clara y diáfana como el agua del arroyo era mi postura. Días después, veo a los operarios de CESPASA con la grúa, sierras y tijeras de podar. Bajo al vuelo. -Por favor, ¿qué van a hacer, no ven que hay un nido ocupado? –“Sí señora, xa o sabemos, pero temos orde de podar todos os árboles, e ése precisamente por debaixo do niño”.- Ay, por Dios, ¿con quién puedo hablar?, eso es una barbaridad, son seres vivos y es su casa.- “Pois nós non lle sabemos”. -Por favor ¿pueden ir podando los otros y me dan tiempo para llamar por teléfono?... Llamé al 112, allí me dijeron que llamase a la Policía Local, aquí que llamase a CESPASA -los de parques y jardines- y ahí, tras hablar con la señorita que coge el teléfono, me pasó con el encargado, al que traté de resumirle realidad, ecología y sentimientos, todo en uno. Me atendió y me entendió; y los llamó él para decirles que ese árbol lo talasen por encima del nido. Estuvimos un día sin verlas, pensé que se habrían asustado, pero no, volvieron y ahí están, trabajando, disfrutando, viviendo. No sabe qué alegría. Me gustaría hablar en persona con ese encargado de Parques y Jardines y hacerle ver lo agradecida que estoy por su gesto. Siempre lo dejo para otro día. A veces uno no expresa con un simple ¡gracias! lo feliz que la ha hecho una actitud determinada, aunque con lo expresiva que soy, espero que así lo haya entendido.
Ya no le entretengo más, Monseñor. Deseo haberle ayudado durante unos minutos a olvidar sinsabores del día.
Un fuerte abrazo de su hija, Yolanda

Yo creí necesario adherirme y firmar su alegato a favor de los nidos ocupados.

Marzo de 2010.

En medio, con dolor y con amor

En medio” colocaron a la adúltera sus acusadores. “En medio” se quedó la mujer cuando los acusadores, uno a uno, se escabulleron, dejándola sola con Jesús. “En medio” pusieron a la mujer, pero a quien pretendían comprometer y acusar, a quien de verdad querían poner en medio, era a Jesús.

Hoy, letrados y fariseos han colocado “en medio” al monstruo, al clérigo sorprendido en flagrante delito de pederastia, y no lo han llevado al tribunal competente para juzgarlo conforme a justicia, sino que se lo han llevado a su madre, a la Iglesia, lo han tirado como basura a sus pies, para ponerla “en medio” a ella, para avergonzarla a ella, para comprometerla y condenarla a ella.

Letrados y fariseos, gente estéril, senos que nunca han conocido la vida ni la ternura, pretenden que una madre condene a su hijo: si no lo condena, no es justa; si lo condena, no es madre.

Letrados y fariseos, arrogantes, soberbios e hipócritas, insisten en preguntar a la madre: “Tú, ¿qué dices?” Preguntan como si ellos fuesen inocentes del crimen que fingen perseguir. Y se lo preguntan a ella, a la Iglesia que, como supo y como pudo, ha intentado siempre educar en el amor y en la virtud a sus hijos. Se lo preguntan a la madre los mismos que han destruido a su hijo: los profetas de la revolución sexual, los que instigan a los niños a masturbarse, los mercaderes de pornografía, los expertos del turismo sexual, los que consideran la prostitución un trabajo y la castidad una aberración.

Hoy la Iglesia, como ayer Jesús, encara a los acusadores con la realidad de sus propias vidas: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”.

Hoy como ayer, la Iglesia como Jesús, habrá de inclinarse para cargar con el peso de sus hijos, con la culpa de sus hijos, con la muerte de sus hijos.

Cuando se incorpore, allí, “en medio”, estarán solos ella y sus hijos, con un dolor sin palabras y un amor sin medida.

Marzo de 2010.


Id y evangelizad

Si preguntas por mi fe, diré que soy cristiano y que lo soy por gracia de Dios, diré que me ha ungido –que me ha cristianizado- por fuera un óleo sagrado y por dentro el Espíritu de Dios, diré que soy de Cristo, que por él he sido redimido, que en él estoy resucitado y con él he sido glorificado. Ésta es la fe que he recibido de la Iglesia y que, confesándome pecador, vivo en la Iglesia. Por cuanto oscura, esa fe es la luz que me ilumina; por cuanto débil, ella es la fuerza que me sostiene; y por cuanto árida, ella es toda la dulzura que cabe en mis sentidos.

Si me preguntas por el camino de mi vida, te diré que es Cristo, y que él es también mi destino. Se me ha pedido que, con la cruz de cada día, siga los pasos del Señor; se me ha pedido que ame como él me amó, con un amor semejante al que manifiesta tener a justos e injustos el Padre del cielo; se me ha pedido que a todos sirva y que entre todos me haga el último, como siervo y último se hizo entre todos el Hijo de Dios. En ese camino me muevo con torpeza, siempre lejos, muy lejos, de Aquel que me precede y que me llama.

Si me preguntas por compañeros de camino, los he conocido ágiles como el viento del Espíritu, los he hallado esforzados como atletas, los he visto inseguros como niños que dan los primeros pasos; y sé que ese camino lo recorren también esclavos del vicio y amigos de la mentira.

Si me preguntas por la misión que he recibido de Cristo el Señor, te diré que él me ha enviado para que lleve a los pobres la buena noticia del Reino de Dios. En ese mandato me va la vida, pues para evangelizar, he de vivir como discípulo de Cristo, como hijo de Dios, como hombre reconciliado con Dios, como hermano de todos.

Para evangelizar, he de llevar en lo que hago lo que creo, en la vida la fe, en cuerpo y alma el credo de la Iglesia.

A nadie, ni siquiera a mí mismo, podré nunca explicar el misterio de la Trinidad santa. Sólo puedo creerlo, gozar de lo que creo, y multiplicar ese gozo por el infinito con la certeza que tengo de alcanzar un día lo que espero.

A nadie podré nunca explicar las exigencias del amor. Sólo puedo ofrecer el amor que a mí se me ha ofrecido en Cristo Jesús, y que de él he aprendido.

El testimonio del amor es irrefutable. No necesita palabras. No lo acallan las leyes. No enmudece con la muerte: Id y evangelizad.

Marzo de 2010.


Amor y libertad

Nació donde le dejaron nacer. Murió donde lo crucificaron. Su alimento en la vida fue ‘hacer la voluntad del que lo había enviado’. Parece que hubiese nacido para ser esclavo, y fue sencillamente un hombre libre: Se llamaba Jesús y lo apodaron El Nazareno.

La libertad es algo tan nuestro como el propio yo, más nuestro que nuestra propia vida.

No la recibo del rey ni hay rey que me la pueda quitar; no me la quita la ley, ni hay ley que me la pueda dar.

Nadie podría decir con verdad “soy hombre”, si no pudiese decir con verdad: “soy libre”. Y de la misma manera que para “ser hombre” no se necesita concesión de rey ni de ley, tampoco la necesitas para “ser libre”.

Hombre y libre son predicados del ser, que no evocan lo perfecto, sino lo que se está haciendo, lo que nunca es igual a sí mismo, lo que está vivo. El hombre no deja de hacerse; y su libertad, la que le es propia, nunca, mientras el hombre viva, dejará de ser su tarea.

Eso sí, los otros, el otro, su bien, ellos son el marco necesario y aceptado de mi libertad. El otro la limita y la enaltece, la humaniza y la embellece; el otro es la forma de mi libertad. Sin el otro, no soy libre.

Por si alguien necesitase oír palabras verdaderas sobre la libertad, oiga las de Jesús el Nazareno a sus discípulos: Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve… Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”.

Tú sabes que eres libre, no porque eres poderoso, sino porque estás entre tus hermanos como el que sirve, sin más norma que el amor ni más recompensa que el servicio prestado.

Sólo es libre el que ama.

Cristo crucificado, plenitud en el amor, es libertad en plenitud.

Marzo de 2010.


Verdad... y libertad

Ni el mundo cristiano ni el mundo islámico ni el mundo de la in-creencia tendrán posibilidad alguna de futuro sin una apuesta decidida por la libertad de los individuos y de los pueblos: La libertad.

Cuando alguien, cristiano, musulmán o no creyente, en nombre de su verdad, considera necesario o conveniente coartar la libertad de los demás, se hace siervo de la mentira, esclavo del engaño, adorador de la nada: ¡idólatra y tirano !

El mismo que dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, dijo también: “La verdad os hará libres”: libres de la ley, libres de ideologías, libres frente a la naturaleza, libres frente a los poderes del mundo, libres del odio, libres del temor a la muerte, libres de esclavitudes, libres como hijos, sencillamente ¡libres !

Quien es de la verdad, busca la verdad. La verdad no es lo que se posee, sino lo que se ama.

El criterio fundamental de la verdad es la fidelidad al deseo de saber” (J. F. Haught).

Enemigo de la verdad en mi vida no es el hermano que me habla de lo que él ha encontrado, de lo que ha visto, de lo que ha soñado, de lo que cree, de lo que busca, de lo que espera; el único enemigo de la verdad en mi vida es el que va conmigo, dentro de mí, y me lleva a identificar la verdad –identificar a Dios- con mis deseos, mis ideas, mis valores, mis bienes, mis leyes, ¡mis verdades!

Las leyes antiproselitismo, allí donde se aprueban y se imponen, no son más que espejos donde se refleja el miedo a la libertad de conciencia, a la libertad religiosa, a la libertad de expresión, ¡a la libertad ! Y cuanto más restrictivas son esas leyes, más reveladoras resultan de la debilidad que padece la ideología que las promueve.

Me pregunto si la crisis más grave que está padeciendo la humanidad en este principio de siglo no será precisamente la crisis de la libertad. El futuro no está en la Banca, sino en el corazón de cada hombre. ¡Sé libre ! ¡Apuesta por la libertad !

Marzo de 2010.




Heridas abiertas y mías

Así lo encontré escrito; así lo transcribo: «Tengo razones más que suficientes para pensar con prudencia que seguramente esta jerarquía tradicionalista hubiera llevado al mismo Jesús de Nazaret ante el Sanedrín por heterodoxo, es decir, "por no ser el Jesús de su Iglesia"

No voy a hablar de la jerarquía, sólo del evangelio. Porque es del evangelio de lo que nos ocupamos el teólogo y el obispo. Uno y otro lo recibimos de Cristo el Señor para anunciarlo y para realizarlo con la fuerza del Espíritu.
Eso significa que uno y otro hemos de cuidar lo que recibimos, hemos de preservarlo en su integridad, amarlo, ser fieles al Señor que nos lo confía y a la palabra que por él nos ha sido entregada.

El teólogo y el obispo saben que esa fidelidad es fruto de naturaleza muy delicada, pues crece y madura en el árbol de la libertad individual, sujeto a los influjos muchas veces opuestos de la obediencia a la fe, de los condicionamientos culturales, de las debilidades personales, de la fuerza de la gracia y de la fuerza del pecado en cada uno de nosotros.

El teólogo y el obispo saben que la experiencia de fe –la experiencia de Dios- necesita un soporte doctrinal firme. La fe aprendida en la Iglesia es la que me permite acercarme a Dios como hijo en su único Hijo, es la que me permite saber de su Espíritu dentro de mí, de su fuerza en mi debilidad, de su gracia en mi miseria pecadora. La fe que he aprendido en la Iglesia me permite saber de Cristo en mí, de Cristo en los pobres, de Cristo en los humillados de la tierra; esa fe me permite saber de mí y de los pobres y de los pecadores en Cristo resucitado, glorificado, sentado a la derecha de Dios en el cielo. Sin este subsuelo firme de la fe, la oración se volvería palabra sin sentido, la relación con Dios degeneraría en ideología, y el conocimiento de Cristo no dejaría de ser “conocimiento según la carne”.

Como teólogo, puedo permitirme el vuelo de la cuestión disputada; como obispo he de buscar la seguridad del camino por el que transitan los hijos de Dios.

Eso sí, ni como teólogo ni como obispo sabría decir cuál hubiera sido mi lugar en el drama de la pasión de Jesús el Nazareno. Pero tengo una certeza, ésta adquirida por testimonio del Espíritu que se me ha dado, y es que, en el cuerpo de Cristo, en la carne martirizada de Jesús de Nazaret, he visto, abiertas y hondas, heridas que sólo yo debiera llevar y que lleva como suyas mi Señor. Las palabras de acusación me hacen falta todas para acusarme a mí mismo, y me sentiría morir de vergüenza si fuese capaz de señalar a otro por haber tratado a mi Señor peor de cuanto lo he tratado yo.

Febrero de 2010.


Piedras de molino... piedras de lapidar

Es fácil salir a la calle y condenar sin juicio al monstruo que nos libera de la obligación de pensar en nuestras responsabilidades.

Es fácil enardecer masas anónimas e inducirlas al linchamiento de un supuesto culpable. Es muy fácil señalar víctimas y lapidarlas a muerte, aunque nosotros, hipócritas más que cultivados, sólo nos hayamos atrevido a ejecutarlas con una lapidación moral.

El hecho es que las palabras volaron cortantes y destructivas como piedras. Alguien, entrecomillándolas, las atribuyó al papa Benedicto XVI: “Los que escandalizan a los pequeños merecen que les cuelguen una piedra de molino al cuello y los tiren al mar”. Y luego, el mismo amigo se preguntaba: “¿Se atreverá a echarlos al mar?”
Por el ardor de nuestra arenga, se diría que estábamos haciendo Iglesia, aunque estábamos sólo manipulando el evangelio para ponerlo al servicio de nuestras pasiones.

Refiriéndose a quien lo había ya traicionado y se disponía a entregarlo, Jesús había dicho: “El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!, más le valdría no haber nacido”.

Y a propósito de quienes escandalizan, el Señor dijo: “Al que escandalice a uno de esos pequeños que creen en mí, más le convendría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo sepultaran en el fondo del mar”.

No juzgó el Señor a los que escandalizan, sino que los amonestó para que evitasen el escándalo. No condenó a los culpables, sino que previno a todos. No dijo el Señor: “Merecen que…”, como quien señala pena para el escándalo, sino “más les convenía que…”, como quien enseña a conocerlo y de ese modo impedirlo.

Finalmente, por si alguien lo hubiese olvidado, a los que se creen autorizados a colgar piedras de molino en el cuello de los demás, he de recordarles otra historia de piedras y amigos de lapidar. Entonces Jesús dijo: “El que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Y el evangelista anota que, al oír aquello, los amigos de las piedras “fueron saliendo uno a uno, empezando por los más viejos”.

¡Ni piedras de molino, ni piedras de lapidar! La condena más grande del mal resuena cuando, con Jesús crucificado, lanzamos al cielo la piedra de perdonar: “Padre, perdónalos, que no saben lo que se hacen”.

Febrero de 2010.


El amor y el mal

Mi hija Helena lo denunció así:

«Tánger dieciséis de febrero 2010.

Imagina que diste a luz el domingo pasado en un hospital público marroquí. Un niño precioso.
Imagina que te dieron el alta al día siguiente, lunes.
Imagina que volviste a casa, cansada, sangrando del post-parto, con dolores aún en un útero que lucha por volver a su sitio.
Imagina que en casa te está esperando tu niña de dos años y tu pareja.
Imagina que esta mañana mientras bañabas al bebé comenzaste a ver que le costaba respirar.
Imagina que corriste al hospital...
Imagina que te dijeron que no podían atenderte.
Imagina que fuiste dos veces.
Imagina que, la tercera vez, tu bebé dejó de respirar casi en la puerta del hospital.
Imagina que pediste auxilio por tu bebé muerto.
Imagina que se lo llevaron a la morgue del hospital.
Imagina que a ti, a tu niña de dos años y a tu pareja os llevaron a comisaría…
imagínate negra, imagínate africana, imagínate pobre, imagínate sin papeles

Mañana iremos al Tribunal, mañana un hombre de este reino decidirá si te tiran a ti y a tu niña al desierto de madrugada. A partir de ahí la suerte decidirá si serás violada, si tu hija será raptada o, por qué no, violada también.

Querida Helena:

Estoy aprendiendo a descifrar lo que en mi entorno quiere decir ser negra, africana, pobre y sin papeles. No me pidas, sin embargo, que imagine angustias que no he llegado a padecer, o un amor que no he llegado a conocer. Necesitaría entrañas de mujer para saber lo que duele un hijo perdido apenas abrazado. Necesitaría un corazón de madre para intuir el amor que se regala en una caricia apenas estrenada. 

El obstinado «imagina» de tu denuncia, más que imperativo de imaginar, parece substantivo de incredulidad, interjección de asombro, protesta de la mirada ante el mal que se te desveló oscuro más de lo que tú misma hubieras podido imaginar. Has visto de cerca crueldad y vileza que suponías extrañas al corazón del hombre. ¡Has conocido de cerca el infierno!

Ahora soy yo quien te pide que imagines.

Imagina el amor que se te revela y te alcanza cuando la fe te dice: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra”.
Imagina el amor del que son mensajeros el día y la noche, la luz y las tinieblas, el agua y la tierra, el aire y la vida.
Imagina el amor que atraviesa las palabras del designio divino: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que ellos dominen  los peces del mar, las aves del cielo y los  reptiles del suelo”.
Imagina el amor por el que Dios llama a Abrán y bendice con él a la humanidad entera: “Sal de tu tierra... Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo”.
Imagina la fuerza del amor que abre el mar para que los esclavos recorran a pie enjuto el camino que lleva a la libertad.
Imagina el amor que dicta la palabra de la Ley, regala la palabra profética, inspira la palabra sapiencial.
Imagina, si puedes, el amor con que Dios nos ama, amor tan sin medida que Dios ha entregado a su Hijo, para que por él tuviésemos vida eterna.
Imagina ahora el amor con que nos visita cuando, mujer “negra, africana, pobre y sin papeles”, Dios llama a la puerta de nuestra vida, viene a su casa, viene a los suyos…

Querida: Si el mal que me pides imaginar resulta absurdo en tu mundo soñado de mujer, “imagina” su tenebrosa oscuridad en el mundo que Dios ha soñado para nosotros y para él.

 Dios creó el cielo y la tierra” para hacerse huésped del hombre, y el hombre creó las fronteras para controlar los pasos de Dios.

De muchas maneras y en todos los tiempos Dios vino a los suyos. Lo llamaron Palabra, Ley, Sabiduría. Se llamaba Jesús. Ahora se llama mujer “negra, africana, pobre y sin papeles”. Dios “vino a su casa, pero los suyos no lo recibieron”. Lo humillaron, lo llevaron al tribunal, lo empujaron fuera de la viña, lo deportaron al desierto, y lo mataron…

Tú me dices: Imagina, si puedes, el mal.

Y yo te digo: Imagina, si puedes, el océano de amor que envuelve el mundo y lo redime del mal.

Sólo el amor hace nuevas las cosas, sólo el amor les devuelve la bondad.

Imagina que todos nos ponemos a la tarea de amar.

Un beso.

Febrero de 2010.

Dolor y solidaridad

Mi hermana Pilar me ha remitido un escrito de Luis Alemán Mur. Entresaco de él lo necesario para poner en contexto la respuesta:

Hoy, 2010 después de Cristo.
Seguimos con la misma creencia de que el sacrificio, los sacrificios, el dolor es redentor.
El secretario de Estado del Vaticano, Cardenal Bertone, dijo contra el teólogo biblista, el argentino Álvarez Valdez: «Dios manda los males y sufrimientos porque el dolor es redentor. Dixit el piadoso magnate del Vaticano. Y luego lo mandó callar como a Arregui.

-   Llevamos todos, y lleva este señor Bertone, metido en los huesos el dogma pagano de que Dios necesita la prueba de la sangre, el dolor y la cruz. 
- Llevamos metida la historia de que Jesús subió a la cruz por mandato de Dios. Mientras, los hombres miramos atónitos y llamamos misterio para sacudirnos evidencias atroces. 
- Hemos incorporado a nuestra fe el horror de que sin sangre no hay salvación. Para nosotros los cristianos la puerta hacia el Padre está pintada de sangre. ¡Error ancestral!
- Incluso hemos convertido la cruz, la sangre y el dolor en un misterio cristiano.
- Hemos convertido la mesa de la fraternidad en la antigua piedra de los sacrificios.
- Seguimos callados y no nos revelamos al constatar cómo unos pocos –los de ayer y los de hoy- siguen clavando en la cruz a los que luchan por la liberación buscada por Jesús, a los que piensan del Templo lo que pensaba Jesús, a los que movilizan al pueblo, como lo hacía Jesús.

¡Que no, señores, que no!

Que la cruz la hicieron y la seguimos haciendo los hombres; que la cruz no es producto del amor de Dios. Es invento de los poderosos para defenderse de los que amenazan su poderío.
Que nuestra misión como seguidores de Jesús es dar de comer a masas hambrientas; desatar lenguas trabadas; hacer que hablen los mudos; que anden los paralíticos; que vean los ciegos; incorporar a los marginados; dar agua a los sedientes; desclavar a los que penden de las cruces; arrancar las ideologías opresoras a los atormentados; luchar contra los templos y mezquitas que oprimen al pueblo en nombre de Dios.
Nuestra misión no es llevar un tomo de verdades, sino una fuente de vida”.

Supongo que mi hermana Pilar me envió ese correo, no sólo para conocimiento, sino también como expresión de una cierta conformidad suya con ese modo de plantear el problema del mal, el arduo problema del significado que el dolor tiene en la vida de las personas, y de la relación que el dolor guarda con la fe en Dios.

Dado que estas cuestiones afectan a muchos creyentes, y hay preguntas que algunos ni siquiera se atreven a formular, he pedido a mi hermana Pilar autorización para publicar la respuesta que a ella le envié en aquella ocasión, por si lo que hemos compartido puede ser de utilidad para otros.

Querida Pilar: Paz y Bien.

Cada vez que alguien, teólogo de renombre o simple persona de fe, se acerca al misterio que es Dios, ha de descalzarse necesariamente, ha de bajar el rostro a tierra, y buscar en lo profundo de la propia conciencia un “¿quién eres tú, Señor?”, disposición del ánimo que considero necesaria para no caer de inmediato en las redes de la idolatría.

Cada vez que alguien, por su parte, se acerca al misterio del hombre, ha de descalzarse como si en realidad se estuviese acercando al misterio de Dios.

Yo no sé quién es Luis Alemán Mur. He tenido que hacer visita a Internet para saber algo de Ariel Álvarez Valdés. Del cardenal Tarcisio Bertone me resultan familiares sólo nombre y oficio. Y de mi hermano Arregui, al que conozco personalmente desde hace tiempo, conocí sólo hace bien poco ciertas ideas sobre la Iglesia, ideas que podrían ser llevadas sin escándalo de nadie a un foro de discusión teológica, pero que, con rigor científico, no pueden ser presentadas como conclusiones ciertas de ninguna eclesiología.

De pronunciamientos como éste que me envías del señor Alemán Mur, me hiere el tono, me desconcierta la arrogancia, y no consigo casarlos con los postulados básicos del evangelio de Jesús. Pese a la buena voluntad que he de suponer en quienes así se pronuncian, Jesús, su palabra y su vida quedan reducidos a ideología religiosa; es más, quien es sacramento del amor que Dios nos tiene, se transforma en motivo de desprecio contra personas de las que antes se ha hecho sólo una injusta caricatura.

Tú sabes, hermana mía, que hay un lazo que une la realidad de Dios con la del mal. Y cada vez que intentamos concretar esa relación, nos hallamos condicionados por los límites de nuestra experiencia del mal y de Dios. Y esto debiera ser suficiente para hacernos humildes, hombres y mujeres de pies descalzos, a la hora de hablar sobre tales cosas.

Quiero pensar que el Cardenal Bertone, mi hermano Arregui, el señor Alemán Mur, tú y yo, somos personas que luchamos contra el mal en todas sus formas, lo combatimos como sabemos, aunque haya de añadir que nos quedamos siempre, pobres pecadores, por debajo de lo que podemos.

Por otra parte, cada uno de nosotros, aun combatiendo el mal, es también una fuente de mal para sí mismo y para los demás. Y también ésta es una buena razón para descalzarnos y andar en humildad.
El mal no se combate con arengas, sino con amor.

Una de las páginas más hermosas de la Sagrada Escritura tiene como argumento central el mal que padece un justo perseguido: “Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron”.

Esa escritura que hallamos en la profecía de Isaías es un canto a la solidaridad de un justo con los pecadores. Y si alguien piensa que se puede ser solidario con un herido sin cargar con sus heridas, con su mal, allá cada cual con sus pensamientos, pero yo, a mi señor Jesucristo, a mi Señor crucificado, sólo puedo verlo cargado con mis heridas, con mis pecados, con mi muerte, solidario en todo conmigo, él crucificado en la cruz que es mía, yo vivo en la vida que es suya.

La actividad salvadora del Mesías Jesús es presentada en los evangelios como participación del Salvador en la debilidad de aquellos a quienes ha venido a salvar, como comunión de Jesús con aquellos a quienes ha sido enviado. Jesús no es un mago que asombra con sus artes, sino el siervo del Señor que carga con  nuestras debilidades, el Hijo de Dios que, al revestirse de nuestra frágil condición, confiere dignidad eterna a la naturaleza humana y nos hace a nosotros eternos, aquel por quien Dios, no sólo ha socorrido nuestra débil naturaleza con la fuerza de su divinidad, sino que ha provisto el remedio en la misma debilidad humana, y de lo que era nuestra ruina ha hecho nuestra salvación.

 Dar de comer a masas hambrientas”, si no se queda en pura retórica, implica que te saques el pan de la boca para dárselo al que tiene hambre, que compartas vida y pobreza con quien necesita tu vida y tu amor, que des la vida por los hambrientos, que abraces el sufrimiento de otro para que otros sufran menos.

Y nadie verá un mal en ese sufrimiento que tú has abrazado, nadie hará culpable de él a un Dios sediento de sangre. Sólo te verán imagen de un Dios sediento de amor.

Pero sin tu pan, sin tu vida, sin tu sufrimiento, ¡sin tu sangre!, no hay redención para los pobres: ¡Habría sólo retórica!

Un beso de tu hermano menor.

Febrero de 2010.