JMJ y espectáculo:

Entrecomillados los encontré en Religión Digital, y así los transcribo: “La JMJ es el cristianismo como espectáculo” (Xosé Alvilares, sacerdote y catedrático). “La JMJ es confundir la evangelización con el espectáculo” (Javier Vitoria, teólogo en Deusto y la UCA).
Son sólo dos testimonios de un estribillo que se repite en los medios a ritmo de suspiro, sin que el personal se tome la molestia de pensar en lo que significa.
La palabra clave es ‘espectáculo’, vocablo que el Casares define como “función o diversión pública celebrada en cualquier edificio o recinto en que se congrega la gente para presenciarla”, y también como “aquello que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual, y es capaz de interesar y mover el ánimo”.
No parece que a la JMJ se la pueda encuadrar en la primera definición, pues los jóvenes convocados a Madrid no asisten a una función, sino que son sujeto primero y principal de un acontecimiento. Lo que ellos se disponen a vivir es un capítulo más, que no un capítulo cualquiera, de una historia que esos jóvenes van escribiendo desde hace tiempo, que están cumpliendo con generosidad, y que ahora culminan con ilusión, con libertad, con esperanza de que este encuentro represente para todos un tiempo de confirmación en la fe.
Esa historia, porque se ofrece a la vista y es capaz de interesar y mover el ánimo, es un espectáculo, un bellísimo espectáculo. ¡Y es también una forma de evangelización!
Los estribillos entrecomillados, tan perentorios y tan negativos en los juicios que expresan, no dejan de ser enunciados sin fundamento, prejuicios, impropios de quien se presente como teólogo o catedrático.
Dicho eso, se puede intentar comprender también lo que, con esos entrecomillados, pueden querer decir quienes los suscriben.
La JMJ, como cualquier otra manifestación externa de la fe –ya sea la celebración de un sacramento, una procesión, incluso el rezo de un rosario-, necesita de lo externo, y por eso mismo correrá siempre el riesgo de quedarse en lo externo: en el número, en el fasto, en la exhibición. Demasiadas veces hemos quedado atrapados en esa trampa, y es un deber recordarlo siempre por si alguna vez fuere posible evitarlo.
La JMJ, como los ritos, las normas o los dogmas, pueden servir de coartada para justificar nuestra indiferencia ante el dolor de los pobres. Es verdad; pero a nadie se le oculta que, por su naturaleza, son un martillo de indiferencias, una llamada a la entrega de la propia vida, un recordatorio perenne de que hombres y mujeres son para Dios una familia de hermanos en Cristo Jesús.
Alertar de los riesgos que se asumen al organizar un evento como éste, es un modo de colaborar para que todo en él tenga sabor de Evangelio. Limitarse a emitir un juicio que se aparta manifiestamente de lo justo y lo razonable, es ensuciar una historia que el trabajo de los jóvenes ha hecho ya hermosa.

Madrid sin...

Leo, sin asombro y sin escándalo, que “Izquierda Unida ha iniciado este lunes una campaña con el lema ‘Madrid sin Papa’, en la que muestra su rechazo a la visita de Benedicto XVI a España con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud”.

Esta formación política, que se dice de izquierdas y que, no se sabe si por suerte o por desgracia, ha perdido significación parlamentaria y social, trata, legítimamente, de llenar con ocurrencias el vacío en que la va sumiendo más la ausencia de ideas que la de votos.

Reclaman ellos un “Madrid sin Papa”, y entiendo yo que de ese modo reclaman un ‘Madrid sin Jornada Mundial de la Juventud’, pues los miles de jóvenes que, desde todos los países del mundo, se están concentrando en Madrid, no se mueven para ver al Papa sino para compartir la fe, y es el Papa quien, por encontrarse con ellos y confirmarlos en esa fe, entiéndase por servir a estos jóvenes, viene a Madrid.

Nuestros amigos de Izquierda Unida han perdido una magnífica ocasión de dirigirse a esos jóvenes, de darles una sincera bienvenida, y de recordarles, desde un proyecto laico de izquierda política, la requerida fidelidad de los creyentes a una bien documentada izquierda evangélica. Porque los jóvenes católicos, y el Papa que nos dirige por las cañadas de la fe, saben de pobres y de compromiso con ellos, aman a Cristo y aman el evangelio de Cristo, y desean vivirlo con verdad, aunque a todos nos condicionen limitaciones y pecados.

Hoy, en los jóvenes católicos, como en el Papa, una voz que reclamase lucha solidaria contra el hambre en el mundo, empeño común por una función política no corrompida, denuncia del capitalismo financiero que devora el futuro de los pueblos, defensa de los derechos de los parados, de los emigrantes, de los marginados sociales, de los esclavos, de los que no tienen voz, esa voz no hubiese encontrado en el corazón de los creyentes sólo un eco disminuido, sino una amplificación multiplicada hasta el infinito por la fuerza de la fe, la esperanza y el amor.

Ustedes, sin embargo, han preferido reclamar un Madrid sin Papa, un Madrid ‘sin nosotros’, puede que añorando un Madrid ‘contra nosotros’. Y eso me lleva a temer que no representen ya un proyecto de izquierdas, que a ustedes no les interesen las víctimas de la injusticia, y que su campaña de hoy sea sólo ruido para recordarse a sí mismos que existen

Agosto de 2011

Cerca de un pueblo que vive su fe

Comienza el mes del Ramadán, el mes en que, según la tradición, fue revelado el sagrado libro del Corán. En los “días contados” de esta luna, el creyente musulmán conjuga en su vida cotidiana privación y abundancia, austeridad y solidaridad, renuncia y fiesta. En este mes se intensifica entre los fieles la oración, la instrucción religiosa y la limosna. Con la fidelidad que suele ser escrupulosa a las severas prescripciones del ayuno, el creyente expresa obediencia a Dios, agradecimiento por la revelación del Corán, ansia de purificación, y apertura a las necesidades de los pobres.

Un creyente cristiano reconoce fácilmente en la espiritualidad del Ramadán aspectos esenciales de la propia espiritualidad, pues, con insistencia, pedimos que venga el Reinado de Dios, que su voluntad se haga en la tierra como en el cielo, y del agradecimiento por la revelación de Dios en Cristo hemos hecho el centro de nuestra plegaria, y dejamos las puertas del corazón abiertas para que entren en él el Espíritu de Dios con sus dones, y los pobres con sus necesidades.

También por eso, y no sólo por el respeto que a todos debemos, nos sentimos muy cerca de nuestros hermanos musulmanes en los días de su ayuno

Agosto de 2011

Nosotros

Mi hermana pobre de santa Clara me escribía: “Y nosotros cristianos, ¿a quién nos estamos vendiendo?, ¿dónde está el evangelio de Cristo?

Leí su mensaje. Observé que primero decía “nosotros”: Ella y yo, también los demás cristianos. Y sólo después se preguntaba: ¿a quién nos estamos vendiendo?, ¿dónde está el evangelio de Cristo?

Donde mi hermana decía “nosotros”, se señalaba a sí misma, no como un profeta que denuncia, sino como un pecador que se confiesa. Ella decía “nosotros”, y la memoria del Ave María adjuntaba en aposición al pronombre el sustantivo plural “pecadores”.

Con mi hermana pobre de santa Clara, también yo me pregunto “¿a quién nos estamos vendiendo?, ¿dónde está el evangelio de Cristo?

Algo me dice que ese “¿a quién nos estamos vendiendo?”, aun siendo sólo pregunta de pecador a pecador, lleva en el verbo resonancias de antiguas palabras proféticas: ¿con qué nos estamos prostituyendo?, ¿con qué nos estamos contaminando? La tierra que Dios ha querido morada digna del hombre, nosotros la profanamos con hambres que no causa el destino sino el egoísmo, con sangres que no derrama la naturaleza sino la voluntad del hombre, con muertes que no lloramos sino que provocamos.

Algo me dice que aquel “¿dónde está el evangelio de Cristo?” es invitación apremiante para que “nosotros” –tú y yo, también los demás cristianos- sigamos de cerca de Cristo Jesús y pregonemos con él de parte de Dios la buena noticia: “Se ha cumplido el plazo, ya llega el reinado de Dios. Convertíos y creed en el evangelio”.

Pero aún añadiste, hermana mía, un último “nosotros”. Te preguntabas, como quien lamenta una ausencia: “Y nosotros los franciscanos, ¿dónde hemos escondido a Francisco y a Clara?” Sólo puedo decirte y decirme que allí estarán ellos donde esté para “nosotros” el santo evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Espero que sea en nuestro corazón.

Julio de 2010.