Domingo XVI: APARTA DE TI LO QUE TE APARTA DE CRISTO, LO QUE APARTA A CRISTO DE TI


¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor!” Detrás de las palabras de Moisés intuimos la llama de un deseo, el vuelo de una esperanza, la imagen imprecisa de un sueño: ¡Quién nos diera pertenecer a un pueblo de profetas, de hombres y mujeres que han recibido, todos, el Espíritu del Señor!
¡Ojalá todo el pueblo del Señor guardase en el corazón la ley del Señor, en las entrañas la voluntad del Señor, en la mente los mandatos del Señor, en la vida la memoria del Señor! 
 
¡Ojalá todo el pueblo del Señor guardase en el corazón a Cristo Jesús, en las entrañas a los pobres de Cristo, en la mente las palabras de Cristo, en la vida los sufrimientos de Cristo!

Antes, él nos ha guardado a nosotros en su cuerpo, nuestro Dios y Señor ha hecho comunión con nosotros y nos ha metido en un plural de pronombre personal, que no es sólo suma de pecadores, sino que lleva dentro también al que es para todos la gracia, el perdón, la justificación, la santidad: “El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”. El que no está contra nosotros, está a favor de Jesús, a favor de los discípulos, a favor de los pequeños que creen. El que dé a beber un vaso de agua al discípulo, no quedará sin recompensa, pues habrá dado de beber al Señor. Y el que escandalice a uno de los pequeños que creen, habrá profanado el cuerpo de Cristo.

Considera esa comunión tuya con Cristo, de Cristo contigo, y entenderás lo que quieren decir las palabras del Señor: “si tu mano te hace caer, córtatela… si tu pie te hace caer, córtatelo… si tu ojo te hace caer, quítatelo”. ¿Cómo puede la mano, el pie, el ojo, hacerme caer? ¿Cómo pueden apartarme del Señor? El apóstol nos ayuda a entender y da nombre a lo que hemos de apartar de nosotros: riquezas injustas, jornal defraudado, vida de lujo, servidumbre del placer.

Hoy recibes a Cristo; recuerda sus palabras: “Si tu mano te hace caer…”. Aparta de di lo que te aparta de Cristo, lo que aparta a Cristo de ti.

Domingo XXV: PERDER PARA ENCONTRAR

El Hijo del hombre va a ser entregado”: No apartes tu corazón del misterio, no apartes tus ojos de ese Hijo del hombre, pues en él está la gracia, la esperanza, la fortaleza, la salvación, tu vida.
El Hijo del hombre va a ser entregado”: A la memoria vienen la traición de Judas, el cálculo de los poderes políticos, la ceguera interesada de las autoridades religiosas, un mundo de miserias atroces, de maldad oscura, que parece arrastrar al abismo la inocencia de los pequeños, la vida de los pobres, las esperanzas puestas en el Reino de Dios.
El Hijo del hombre va a ser entregado”: Para el creyente, el verbo entregar tiene significados viejos: “Lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él”. Antes de ser condena del justo, el verbo es negación de Dios, certeza de que no se ocupará del inocente para librarlo, ni del injusto para pedirle cuentas de su maldad, sencillamente porque Dios no existe.
Frente a esa certeza imprudente del malvado, certeza infundada, engañosa, mortal, se levanta la fe del justo, la del Hijo del hombre y la tuya, fe sufrida y consoladora, oscura e iluminadora, fe que hace posible la confesión de tu oración: “El Señor sostiene mi vida… Dios es mi auxilio”.
Más allá del significado que al verbo entregar dan los insolentes, los violentos, la fe de los humildes reconoce el significado que le ha dado el Padre del cielo, pues también él nos ha entregado a ese Hijo del hombre, a su Hijo, a su Unigénito: Tanto nos amó que nos lo dio, para que, por la fe, tuviésemos vida eterna; tanto nos amó que nos lo dio para que de él aprendiésemos a amar; tanto nos amó que nos lo dio para que encontrásemos en él gracia, esperanza, fortaleza, salvación, vida.
El Hijo del hombre va a ser entregado”: Hoy, mientras escuchas la divina palabra, te dispones a recibir a Cristo Señor. Y la fe te dice que, en esa comunión, recibes al que se te entrega, al que te ama, al que creó los mundos para ser tuyo.
El Hijo del hombre va a ser entregado”: Si consideramos nuestra vida a la luz de la fe, la de la entrega es también nuestra vocación. Si queremos encontrar la vida, habremos de perderla, entregarla por el Reino, por los pobres, por amor.
Feliz domingo.


Domingo XXIV: AMOR, OBEDIENCIA, LIBERTAD


Si entramos en el misterio de Jesús de Nazaret, entramos al mismo tiempo en el misterio de la Iglesia, en nuestro propio misterio.
Del Siervo del Señor se dice: “El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás”. El lazo que lo une a su Dios pasa por el oído y alcanza a todos los rincones del ser.
Aún resuena en la memoria de la comunidad la palabra del Señor: “Effetá”, y esa palabra se vuelve hoy lazo misterioso que une a Dios con su Siervo. “Effetá”, que es también expresión de poder, es sobre todo expresión de amor, de elección, de predilección. Es el Señor quien abre el oído del Siervo; es el siervo quien oye y no se rebela, quien escucha y no se echa atrás.
En el Siervo encontrarás oído abierto, corazón despierto, alma rendida a la llamada del amor, y ungido todo su ser por el Espíritu de Dios que lo consagra y lo envía.
La palabra, en la que Dios se le entrega, lo hace firme en la prueba, fuerte en la dificultad, libre en el sufrimiento: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. A Pedro lo escandaliza el contenido de la instrucción; a nosotros nos asombra la libertad con que Jesús asume la entrega de su vida. Esa libertad es hija del amor con que Dios habla a su Siervo, del amor con que el Hijo escucha a su Señor. Fuera del amor, fuera de la obediencia, no hay libertad, no hay entrega, no hay comunión.
Ahora ya podemos escuchar el dicho de Jesús: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Ahora ya podemos entrar en el misterio de nuestra comunión eucarística con el amor del Hijo, con la obediencia del Hijo, con la libertad del Hijo, con la entrega del Hijo: “El que pierda su vida por el Evangelio, la salvará”.
Feliz domingo.


Domingo XXIII: TAN CERCA, TAN LEJOS



¡Tan cerca estás de nosotros y tan lejos! ¡Tan en tus manos estamos y tan solos!
El corazón aprende a moderar tristezas y alegrías en la quietud infinita de tu misterio. El corazón te recuerda como luz en medio de la noche, y te siente como ausencia en la dicha más gozosa de tu abrazo.
“Sed fuertes, no temáis”: Lo dice la libertad a los cautivos, lo dice la salud a los enfermos, lo dice la gracia a los pecadores, lo dice la vida a los muertos.
“Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona”: Él es la libertad, él la salud, la gracia y la vida. “Viene en persona”: Así hemos entendido siempre el misterio de la Encarnación; así entendemos el misterio de la Eucaristía; así entendemos el misterio de la presencia de Dios en nuestra vida. Lo tendrás tan cerca de ti como la palabra que oyes, como el pan que recibes, como los hermanos con quienes oras, como los pobres a quienes acudes. Lo tendrás tan cerca como tu noche, tus preguntas, tus miedos, tus sufrimientos. En la noche recuerdas su fidelidad: Él es fiel. En la opresión recuerdas su justicia: Él es tu justificación. En tu necesidad recuerdas su mano generosa: Él es tu pan.
Tu corazón guarda memoria de su misterio, memoria agradecida de los verbos de la acción de Dios: “Él abre los ojos al ciego, endereza al que ya se dobla, ama a los justos, guarda a los peregrinos”.
Dios mío, ¡tan cerca y tan lejos!, ¡tan en tus manos en tan solos! ¡Tan cerca que siempre te abrazamos! ¡Tan lejos que siempre te buscamos!
Corazón, Eucaristía y pobres, lugares para el encuentro con el misterio de Dios.
Feliz domingo.