DOMINGO XXX: NOS PARECÍA SOÑAR



Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar”.
En la memoria del soñador podría haber estado Egipto, la tierra de la esclavitud, el mar dividido para el paso de los esclavos, las noches del éxodo bajo la luz de Dios, aquellos días bajo la nube, el desierto mitigado con agua de la roca y panes de rocío, la tierra prometida, una tierra con fuentes de leche y miel para la esperanza de un pueblo.
En la memoria del soñador, más cercanas que las tierras de Egipto y las maravillas del éxodo quedaban las tierras de Asiria, y de Caldea, último solar de lágrimas y lutos para los desterrados de Sión.
El profeta evoca caminos que Dios abre en la estepa para el paso de los que volverán a la tierra de la libertad. A la luz de su palabra, el futuro se ilumina con un éxodo de pobres hacia una nueva esperanza; Dios los guía entre consuelos; “entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas”.
El salmista evoca Pascua y fiesta, asombro, alegría y canto de los redimidos: “Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.”
En la eucaristía, memoria de Cristo nuestra Pascua, los que estábamos muertos pasamos con él de la muerte a la vida. Por el gran amor con que fuimos amados, Dios nos ha hecho vivir con Cristo.
En los sacramentos de la Pascua de Cristo, el Señor ha cambiado nuestra suerte: Tocaste mis ojos ciegos, y pude verte. Iluminaste mi vida, y pude seguirte. Me curaste, y pude amarte. Cambiaste nuestro duelo en fiesta, el luto en danza, la tristeza en alegría; la luz de tu misericordia iluminó la noche de nuestra esclavitud.
Cuando el Señor cambió nuestra suerte, se nos llenó de paz el corazón, de alegría el alma, de risas la boca, de cantares la lengua, pues se nos había llenado de Cristo la vida entera.  
Cuando comulgamos con Cristo, nos parecía soñar.

DOMINGO XXIV: GLORIA POR CRUZ




El profeta había dicho: “Cuando entregue su vida… prolongará sus años”. Y el Señor, a sus discípulos, les dijo: “El Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos”.

Si no lo hubiésemos entendido aún, ése, el de servir, el de entregar la vida, que es el camino de Jesús, es también el camino por el que hemos de ir quienes hemos recibido la gracia de ser sus discípulos.

Una primera dificultad para entrar por ese camino son las riquezas. Disponer ellas con sabiduría es opción necesaria para disponer sabiamente de la vida.

Pero no basta. Los discípulos, que lo habían dejado todo y habían seguido a Jesús, no habían renunciado aún a lo que soñaban que podrían obtener. Y eso es lo que, en forma de súplica, explicitaron los hijos de Zebedeo: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”.  Ellos lo explicitaron, pero los demás acariciaban en secreto el mismo sueño.

Si dejar lo que se tiene es ya para el hombre un imposible, qué decir cuando se habla de dejar también lo que se sueña.

Cambiar gloria por cruz, riquezas por seguimiento, poder por servicio, hacer de la propia vida un pan que el otro pueda comer: Ésta es la locura del mundo nuevo, ése fue el camino de Jesús, y es el que hemos de recorrer con él sus discípulos.

Más allá de esa locura está la dicha.

Más allá de tus sueños de gloria está lo que Dios ha soñado para ti.

Domingo XXVIII: JESÚS, POBRES, Y ALEGRÍA



El lector lo proclamará como dicho por él, y tú lo escucharás como dicho de ti: “En comparación con la sabiduría, tuve en nada la riqueza”.

Sea que el hombre busque la sabiduría, sea que busque la riqueza, ése es negocio que se hace siempre en la hondura del corazón.

He dicho “sea que el hombre busque”; pudiera haber dicho sea que ame, sea que sirva, sea que adore: siempre será el corazón lugar de su culto o de su idolatría; en el corazón se lleva lo que se busca, lo que se ama.

La fe es una cuestión de corazón, de bienes y de Dios. La pregunta ineludible para el creyente es si amo a Dios con todo el corazón, o si llevo en el corazón lo que no es Dios; si Dios es mi riqueza, o si la riqueza es mi dios; si Dios es mi todo, o si todo es mi dios.

Bajo esta luz podemos considerar el evangelio de este día. El escenario es un camino, en el que se cruzan un joven y Jesús. Lo que los discípulos ven y oyen, es lo que sucede en el camino. Pero lo decisivo sucede en los corazones. Esto es lo que hay en el de Jesús: “Se le quedó mirando con cariño y le dijo: _Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres… y luego sígueme”. Y esto es lo que había en el corazón del joven: “Él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico”.

Con el lector, tú dijiste: “En comparación con la sabiduría, tuve en nada la riqueza”, y,  a una con el salmista, pediste saciarte de misericordia, para llenar la vida de alegría y júbilo.

Pediste la misericordia, te apegaste a la sabiduría, escuchaste la palabra de Dios para cumplirla, recibiste a Cristo para seguirlo, y, con Cristo, entraron en tu vida los pobres para acudirlos. Pediste y conociste una alegría que sólo Dios puede dar.

Si con el joven del evangelio hubieses preferido tus bienes a Jesús, te irías rico, pero sin Jesús, sin pobres, sin alegría.

Estas cosas se deciden en el corazón.

Feliz domingo.

Domingo XXVII: "SERÁN LOS DOS UNA SOLA CARNE"

Antes de hablar del hombre y de la mujer, antes de pensar en el misterio de comunión al que el amor los ha de llevar, la Iglesia considera y admira el misterio de su comunión con Cristo Jesús.
En verdad, el amor ha traído a Cristo a nuestra vida y lo ha hecho uno con nosotros, de modo que, unidos a él, en él fuésemos justificados, en él fuésemos agraciados, en él fuésemos santificados, en él fuésemos glorificados.
¡Admirable comunión, admirable intercambio!: El Señor comulgó con nuestra debilidad, con nuestra pobreza, con nuestra muerte; nosotros comulgamos con su fuerza, con gloria, con su vida.
El vínculo que une a Cristo con su Iglesia es indisoluble, es para siempre el amor que se han declarado.
De este misterio de amor y comunión es sacramento la Eucaristía que celebramos y que recibimos, pues en ella, es de Cristo y de la Iglesia la acción de gracias, es de Cristo nuestra alabanza, es de Cristo nuestra súplica. Cristo no se separa de la Iglesia en la oración. Y la Iglesia no se separa de Cristo en el cántico de alabanza que resuena eternamente en el seno de la Trinidad Santa.
De esa comunión entre Cristo y la Iglesia, que conocemos por la fe y celebramos en la Eucaristía, es imagen real y verdadera la unión que el amor establece entre el esposo y la esposa. La unión matrimonial ahonda sus raíces en la comunión del Hijo de Dios con nosotros por la encarnación y en la Eucaristía.
Feliz Eucaristía. Feliz comunión con Cristo. Feliz domingo.